06/08/09 (Día espléndido)
Supuestamente nos tienen que llamar a la habitación a las 6:30h, pero no lo hacen. Empezamos a pensar quién es la gafe de las dos… ¿quizá las dos? De todas formas, ya estamos despiertas y nos ponemos en marcha. Ana Mari ya se duchó ayer por la noche y yo lo hago ahora.
A las 7h. estamos desayunando y a las 8h. metidas en el autocar. Entre una cosa y la otra, aquí la menda, me he ido a pasear por los alrededores. Encuentro la casa de un individuo, justo al lado del hotel, que me atrae: es un periodista un tanto radical, por lo que he podido leer. Un poco más allá, un colegio al más puro estilo inglés. Me doy cuenta de que esta zona (Ontario) es absolutamente inglesa.
Hoy hemos conocido al resto de miembros del grupo… reducido para lo que es usual, según nos dice la guía: somos 19 en total y una guía, Miriam, de Honduras, de donde emigró hace 20 años por no poder soportar los continuos robos a su comercio y otras “lindeces” de su país.
Un autocar grande para 20 personas ¡Bien! Hacemos primero un recorrido por la ciudad y paramos en el nuevo Ayuntamiento. Comento a Ana Mari que un brasileño me parece un tanto… memo y no hace más que preguntas estúpidas y evidentes a la guía (me huelo que va a ser un problema, tengo un olfato para éstos…)
No me gusta la arquitectura de la ciudad: es extraña, no sigue un patrón claro y es poco coherente. Sigo pensando lo mismo que ayer; es decir, que es sucia en el sentido de poco cuidado por los edificios antiguos. Digamos que es el querer aparentar modernidad con edificios de cristal, altos…, pero descuidar la arquitectura antigua, que no es más que la raíz de una ciudad, los orígenes…
Recorremos el Ayuntamiento, con un exterior espectacular (por la arquitectura del edificio en sí, el parque que lo rodea y las estatuas diseminadas aquí y allá, entre las que destaca la de Sir Winston Churchill ), y un interior con demostraciones de estética muy turística: árbol con hojas relucientes con los nombres de todos los alcaldes; cuadro hecho con clavos de cómo fue evolucionando la ciudad desde el centro hacia afuera…
Me fijo en el exterior, donde destacan más edificios de cristal, altísimos, y una torre de una iglesia que… síiiiii me doy cuenta de que se refleja perfectamente en el edificio contiguo justo en el ángulo donde le da el sol, así que decido hacer una foto menos guiri y más artística. Hago varias por si acaso, que me fio poco de mi nivel “artístico” en eso de la fotografía.
Vamos al Parlamento, absolutamente inglés: escultura de la reina Victoria… foto de la reina Isabel… Visita por el interior. Descubro unos libros de poemas de una tal Mazo de la Roche que atrae a mi hermana por ser el nombre de la empresa en la que trabaja y a mí porque me parece una poetisa absolutamente vanguardista por lo que puedo leer.
De ahí pasamos a la torre CN, que de hecho debíamos “ver” sólo de pasada, pero Miriam nos dice que tenemos tiempo de subir, si queremos (previo pago de 23 $ canadienses). Todos decimos que sí menos el brasileño antes mencionado,, que salta con que eso no estaba estipulado y que vamos a perder tiempo (¡ahora mismo le hubiera dado una hostia!). Miriam mira si no hay mucha cola y dice que nos da tiempo. Pedro (el brasileño que no se llama así sino que lo ha bautizado uno del grupo porque le recuerda a su cuñado que es “idiota” dice) se cabrea. Subimos todos menos el brasileño y otras dos brasileñas que parece que viajen solas.
¡Por dios! ¡Que padezco vértigo! ¡¡¿Qué hace una chica como yo en una torre tan alta y un ascensor de cristal?!! Pues ahí estoy… 553 metros de altura… subimos hasta los 490, creo, en 58 segundos. No miro… me pongo de espaldas al exterior hasta que se para. Llego… miro desde arriba: se ve Toronto completamente y también llega la vista a EEUU. Hay un cristalito por el que se ve “el fondo”… le digo a Ana Mari que haga ella la foto que a mí me encuentran amorrada al cristal del pánico.
Vamos ya camino de las cataratas del Niágara. Miriam nos hace una oferta de 5 comidas en hoteles o restaurantes por 80$ canadienses cada una… Aceptamo todos menos los brasileños (empiezo a pensar que son raritos los de esa nacionalidad, o que nos ha tocado cargar con tres raritos).
Llegamos a las cataratas: cola, pero van rápido. Voy a entrar en un barco (otro pánico personal) que, según dicen, se queda debajo de las cataratas. Antes de entrar en él nos ofrecen unos impermeables azules a cada uno. Que quede claro que entré “acojonadilla” pensando que me iba a entrar la angustia… Como Miriam se quedó fuera, Ana Mari y yo nos encargamos de mantener el grupo junto. En el barco se podía ir arriba o abajo. Decidimos quedarnos abajo… más recogidos, al menos.
Al zarpar el barco, se pasa primero por una catarata más pequeña: es la americana (curiosamente, allí, los impermeables los dan amarillos). Nos dirigimos a la “auténtica”, la canadiense, la de Niágara y… era cierto, el barco se queda un rato donde rompe. Es espectacular estar ahí abajo… impresiona; pero no sé porqué me las imaginaba mucho más espectaculares.
Al salir del barco, quedamos todos en el paseo con Miriam, donde está el autocar. De ahí nos íbamos a comer a una torre parecida a la CN, aunque sin tanta altura y cuyo restaurante da vueltas lentamente, casi de forma imperceptible. Se había reservado la comida a las 3, faltaban 15 minutos y “Pedrito” no aparecía. No había comentado nada a Miriam de si quería contratar la comida o no, aparte de que le iba a decir dónde nos encontraríamos luego.
Salimos Miriam y yo en su búsqueda, cada una por un lado. Miriam, antes, nos comenta que al salir del ascensor del barco, ha visto a los 3. Él le ha comentado que iba al baño y ni siquiera le atiende a lo que le dice. Ellas le han comentado que comían por su cuenta. Por dos veces vamos a buscarlo. En la segunda, Miriam lo encuentra sentado en un bar con las otras. Sin decir nada a nadie decide no ir a comer con el resto. (Tengo un olfato para los memitos…).
Llegamos justo a la 15h., quizá unos minutos más; ya nos tienen las mesas preparadas. Es un self-service realmente bueno. Hago fotos desde ahí arriba de las cataratas, alrededores de Niágara y del estado de NY, que se ve perfectamente.
Después de comer, bajamos al paseo: sigo haciendo fotos y me doy cuenta de un inmenso arco iris que abarca las cataratas. Preciosas fotos.
De ahí nos dirigimos a Niagara on the lake, pueblecito al lado de las cataratas. Todo el camino verde, con flores, perfectamente cuidado el paisaje (eso sí se les ha de reconocer… a los de Ontario, al menos).
Volvemos a Toronto. Ana Mari vio ayer, en una tienda, Banana Republic, un jersey que le gustó y decidió no comprarse… hasta hoy que ha estado dando la paliza con que tenía que llegar a tiempo para comprárselo… ¡Halaaaaaaa, a correrrrrrr! He de indicar que esa tienda no existe en España. Bien, salimos corriendo a la avenida y no tienen su talla. Pide las direcciones de las tiendas en Ottawa y Montreal… ¡y todo eso por una chaqueta de punto!
Volvemos al hotel y nos apetece algo para cenar, tipo ligerito. Pedimos un croisán con atún y queso, y un café con leche; visto lo visto, teníamos que haber entrado otra vez al Starbuck que, empiezo a deducir que va a ser el único lugar donde se pueda tomar café en condiciones. Como inciso diré que cuando se sienta uno en una mesa, no tiene solamente un vaso, sino un mug que llenan de café “aguachirla” (agua manchada9, y al lado capsulitas de leche para paliar el mal trago, supongo; de hecho, es la única forma de poder beber ese café (absolutamente americano, vamos)
Esta vez me ducho por la noche porque me quiero lavar la cabeza y secármela; no me apetece hacerlo de buena mañana. Preparamos las maletas. Mañana salimos hacia Ottawa tempranito.